La inmigración en Europa ha tomado un giro significativo, especialmente en los países del sur, que tradicionalmente han sido considerados como puertas de entrada. Italia, España y Grecia se han visto obligados a adaptarse a un nuevo escenario donde no solo reciben a inmigrantes, sino que también se convierten en destinos finales. Este cambio se debe a la mejora en sus sistemas de bienestar, que atraen a un mayor número de extranjeros en busca de mejores oportunidades. La profesora Egea destaca que esta transformación ha llevado a una presión creciente sobre estos países para gestionar la llegada de personas indocumentadas, mientras que los países del norte, con un estado del bienestar consolidado, exigen más control en las fronteras.
La situación geopolítica actual ha creado bloques en la Unión Europea, donde los países del norte y del este se oponen a las cuotas de reparto de inmigrantes. Desde la crisis migratoria de 2015, los países del este han alzado la voz en contra de la solidaridad obligatoria, mientras que los del sur luchan por más recursos para afrontar la avalancha migratoria. Este conflicto ha alimentado un discurso anti-inmigración en toda Europa, afectando tanto a la inmigración legal como a la ilegal, y generando un clima de tensión entre los diferentes estados miembros.